La casa del ROSAL

NATALIA SANZ GURREA

Sólo con entrar en la calle del Rosal ya sabías que estabas en casa. Eran ya unos cuantos años transitando por ese empedrado, de camino a una de las viviendas más singulares que recuerdo. Acostumbrada al piso de Valencia, llegar a casa de los abuelos en el Rosal era entrar en otro mundo. Un universo construido a base de recuerdos de posguerra, de años duros de supervivencia en el que mis abuelos sacaron adelante a sus seis hijos. Llegaron desde Soria después de la Guerra Civil Española y nada más estuvieron acabadas las viviendas construidas por Regiones Devastadas, se les concedió una. No en vano mi abuelo era el Secretario del ayuntamiento. Aquella casa siempre conservó (o a mí me lo parecía) la esencia de aquellos años. La austeridad en la decoración, ese aroma a casa vivida tan especial. Y ver a mi abuela removiendo el fuego en la chimenea. Entrabas por una especie de pasillo. A la derecha, accedías a la cocina y el comedor. Y arriba, las habitaciones. El patio central siempre fue lugar de cita para los juegos de infancia de todas las primas que veraneábamos allí. Y en la parte trasera, otra vivienda para acoger a más familia. Todos cabíamos en esa casa. La Casa del Rosal. La casa de los Abuelos.

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