Jérica, mi pueblo

Pilarín (la de Siro). Acuarela 38x50 cm. 2024

MARÍA PILAR DOMÉNECH RODRÍGUEZ

Aunque mi DNI indica que soy de Alberic, el pueblo de mis abuelos paternos, mis orígenes también los tengo en Jérica.

Soy Mª Pilar Doménech, la nieta de Pilarín la de Siro y pese a que mi abuelo materno no era nacido en Jérica, por circunstancias de la vida, después de la guerra civil, fue destinado a este pueblo como encargado de regiones devastadas. A pesar de ser natural de Gernika, mi abuelo pronto pasó a ser un ciudadano más de este pueblo y más cuando se puso a “festear” con Pilarín la de Pena. Mi abuela era la pequeña de 9 hermanos, hija de Paco Pena y Consuelo, los cuales vivían en la calle del Loreto (donde estaba antiguamente la cooperativa) y regentaban una posada y una almazara de aceite.

Mi abuela Pilarín era modista y enseñó a coser a muchas chicas del pueblo. Desde pequeña muchas mujeres del pueblo me han parado para decirme cómo era mi abuela, todo lo que les había ayudado y me han enumerado los diferentes vestidos, abrigos o trajes que ella les cosió. (Sin ir más lejos, mi suegra siempre me recuerda que mi abuela le cosió un precioso abrigo y un bonito vestido blanco para el día de su boda). Mi madre ha adoptado esa destreza, aunque ella se dedicó también a la enseñanza pero en el ámbito escolar.

Mi abuelo Siro, como ya he comentado, participó en la reconstrucción del pueblo y también, desde regiones devastadas se creó, entre otras cosas, un bloque de casas sitas en las actuales calles de Pablo Barrachina (antes Capuchinos), Basilio Edo (antes el Rosal) y Francisco Morcillo (antes Media Vega). Actualmente mi vivienda habitual es una de estas casas.

Siro tenía gran habilidad con las manos y trabajó como joyero creando joyas de oro y plata. También trabajaba muy bien la madera y durante la jubilación se dedicó a realizar a escala la torre de este maravilloso pueblo que lo acogió.

Muchas son las anécdotas que podría contar de Jérica, mi pueblo. Aquí pasaba todos los veranos en la casa familiar y ya de más mayor, casi adolescente, empecé a salir con las chicas del pueblo de mi edad, aquellas que ahora continúan siendo mis amigas y con las que experimenté mis primeras aventuras de la vida:

- excursiones por los alrededores del pueblo: la Torreta, la fuente de la Piedra, la del Clero, el pantano y muchos otros lugares.

- ir a la piscina municipal: por la mañana con mis padres, donde mi padre ejercía de cuentacuentos y los niños que estábamos en la piscina escuchábamos atentos los cuentos o historias que nos contaba y por las tardes ya con mis amigas.

- horas y horas hablando o en la lechería o en la puerta del banco de la plaza que llamábamos "el frutero".

- preparar la festividad de San Roque al tener los 17 años: hace años los chicos y chicas de 17 años preparábamos la fiesta en honor al santo y organizábamos diferentes eventos para la gente del pueblo. Es la primera vez que asistía a verbenas y discomóviles y ¡las organizábamos nosotros! Es, en esta época, donde empezamos a salir a cenar al bar con los chicos y chicas de nuestra edad, mis quintos y quintas, tradición que aún conservamos y nos seguimos juntando para comer todos los viernes de fiestas de toros del pueblo. (Como anécdota curiosa diré que es en esta época y durante esta fiesta que conocí al que hoy en día es mi marido, Manuel Taro).

- salir a cenar a un bar del pueblo todas las amigas juntas.

- ir al pub, verbena o discomóvil, sobre todo del pueblo pero también de los pueblos de alrededor.

- ir a la bacalá, esa fiesta tan nuestra que recuerda el aguinaldo que se le daba a los campaneros por tocar las campanas la víspera de fiesta: nueces, pan, bacalao y vino.

- disfrutar de los meses de verano y, sobre todo, de sus fiestas de septiembre…

Mis padres siempre nos han inculcado a mis hermanos (Josep y Carles) y a mí el amor por nuestros orígenes porque, citando a Raimon, “Qui perd els orígens perd la identitat” y, aunque nosotros siempre hemos vivido en València, cada vez que teníamos algún puente o en fiestas más largas como pascua o verano volvíamos al pueblo a disfrutar de todos los momentos, conocer sus tradiciones, fiestas y, sobre todo, su cultura. Tengo el placer de ser la hija de Mª Pilar la de Siro (más conocida como Mari Pili), vecina del pueblo, pero también de Josep Lluís Doménech quien, aun habiendo nacido en Alberic (València), fue nombrado hijo adoptivo de Jérica en febrero de 2016, pocos meses después de su fallecimiento y es que mi padre era cronista adjunto de Jérica y se desvivió por difundir a sus vecinos todas las peculiaridades e historia de estas tierras. Dio innumerables conferencias sobre Jérica, ayudó al hermanamiento con el pueblo de Chelva, instauró los premios literarios (que actualmente no se realizan) y escribió diferentes libros sobre el pueblo tanto en prosa junto a Francisco Guerrero (Patxi): Jérica, una historia germinada como en verso: Mirada a dos; junto a la jericana Mª Ángeles Chavarría. Pero yo destacaría, entre los libros escritos sobre la cultura de Jérica, El habla de Jérica, donde mi padre recopiló todo aquel vocabulario curioso utilizado por los jericanos y cómo estas palabras se dicen en castellano y en valencià, ya que como mucha gente sabe en esta zona se habla “churro”. Por ser zona limítrofe entre habla castellana y valenciana adopta algunas palabras de esta última lengua, así como también particularidades del aragonés. No olvidemos que uno de los bailes que consideramos como muy nuestros es la jota aragonesa, en Jérica está representada por la rondalla La Pastorica.

Como curiosidad he de decir que actualmente vivo en Jérica y soy profesora de valencià en el IES, el instituto Jérica-Viver que casualmente está ubicado entre las localidades de Jérica y Viver (de ahí el nombre del centro) y que construyeron en un campo que expropiaron a mi madre para la ocasión.

Mis hijos, Pilar y Manuel, disfrutan de la vida en este bonito pueblo y participan de los diferentes actos que se organizan. Se sienten bien orgullosos de ser jericanos, como yo.

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