Una tarde en Jérica

MARÍA LOURDES MONFORTE BOU

La tarde es hermosa, el tibio sol nos acariciaba con sus rayos. A nuestro alrededor todo es belleza. Nos sentamos, el agua  cristalina corre mansamente junto al muro y se pierde silenciosa bajo las hierbas que crecen por su margen .

En el lugar donde nos encontramos reina la paz. A ambos lados los eucaliptos y los sauces llorones dan sombra al caminante y en su tronco descubrimos anhelos de jóvenes amantes que dejaron sus huellas como testigo de su amor, incluso nosotros llevados por la emoción grabamos también nuestros nombres que quedan aquí como una huella imborrable para que la gente pueda verlos… pero solo ellos saben a quién pertenecen. Solo algunos pensaran sonriendo- ¡Aquí nació un gran amor! Y nosotros cada vez que pasamos por aquí recordaremos estos días y seremos dichosos.

Seguimos caminando, parece que el sol se quiere esconder y una ligera brisa comienza a sentirse. Las ramas de los eucaliptos se mueven y nos hacen soñar con un baile imaginario donde todo es diferente y siempre estamos juntos. El ruido del agua al caer nos devuelve a la realidad y contemplamos una de las fuentes que ofrecen al caminante su frescura y su sabor como muestra de las aguas que corren internas por el alto Palancia.

Vuelvo sobre mis pasos y al frente contemplo la majestuosa  torre de Jérica,  de sus ciudadanos  que se alza desafiante en lo alto presidiendo la esbeltez de este pueblo. Después paseo por sus calles, son estrechas y en ellas hay huellas de sus antiguos pobladores. Subo despacio hacia la torre, sus calles empinadas y sus casas antiguas. Es un pueblo pintoresco. Casi sin avisar termina la calle, el asfalto da paso a un hermoso pinar y en su cima se puede divisar  la llamada Torre del homenaje, testigo de la historia de Jérica, donde antaño los moros se defendieron de los cristianos, quienes la acabaron conquistando. A pesar de los años todavía está en pie, aunque su parte alta está destruida casi en su totalidad.

Avanza la tarde, unas nubes vienen por el horizonte y las gentes que contemplan un partido de fútbol empiezan a desconfiar del tiempo. No pasa mucho rato, unas pequeñas gotas comienzan a caer, el cielo se vuelve oscuro y una luz seguida de un trueno retumba en el aire con un estrepitoso ruido.

Algunos aguantan el agua, pero llega un momento que es tanta la que cae que la gente corre a refugiarse, y lo que era un tumulto queda ahora solitario y silencioso. La lluvia cae sobre las ramas de los árboles y encharca el césped después de haber sido pisoteado.

Al frente los pinos descansan en paz y los hermosos parajes se quedan solos consigo mismo.

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